Pereza

 

Pereza 3Me da pereza hablar de la pereza. Tiene muchas caras. Creo que es uno de los pecados más sutiles y difíciles de detectar. La pereza es muy poliédrica porque la inactividad que propicia puede ser disfrazada de rechazo, de falta de interés, de “no es por no ir, pero ir pa ná…” y sobre todo de comportamiento rebelde para no hacer lo que los que nos “oprimen” (los mercados, el gobierno, la economía, etc.) nos obligan a hacer; en ese caso lo mejor es protestar. Para eso no tenemos pereza.

La pereza nace de lo que hoy conocemos como “zona de confort”: que vaya otro, que lo pelee otro, que yo ya estoy cansado de tratar de conseguir para nada. Claro, si me autojustifico en que no voy conseguir nada con mi actitud activa o proactiva, la pereza sale a pasear, nos sienta de golpe en el sofá y mando a distancia en ristre nos entretiene un tiempo maravilloso que nos habría podido permitir conseguir mejores resultados. Salir de la zona de confort cuesta; es que se está muy “agustito” sentado sin hacer nada, pensando en que son otros los que se benefician de las buenas oportunidades, sobre todo los que han nacido con estrella. También es un buen surtidor de pereza la situación que se da tras haber conseguido muchas veces buenos resultados con poco esfuerzo: a la primera de cambio en que vemos que ya no es tan fácil, nos da pereza volver a un terreno que antes estaba bien trillado y ahora, cuando hay menos frutos o tocamos a más a repartir, da pereza moverse para tan poca ganancia.

Hay otra modalidad de pereza, más moderna, que es la procrastinación: postergar o posponer la tarea que debemos hacer en beneficio de otras más satisfactorias o entretenidas. Procrastinar es dejar el trabajo duro, arduo o difícil para el final. Lo hacemos todos, en mayor o menor medida. Eso sí: cuando llegamos a cumplir nuestra tarea y en la mayor parte de las ocasiones, al final, nos damos cuenta de que no era para tanto. Suele ser mayor la expectativa de esfuerzo que el que realmente llegamos a consumir.

A quien padece de pereza cualquier pequeño esfuerzo se le hace un mundo y el tiempo siempre corre más rápido que sus propios actos. Este pecado está tan asentado en nuestra sociedad que todas las semanas podemos oír a alguien, o a nosotros mismos, decir la conocida frase “Qué pereza me da hacer tal o cual cosa”. En esos momentos creemos que es tanto lo que debemos hacer para tan poco a conseguir… y necesitamos de una buena excusa para ponernos en marcha. No debemos confundirla con el cansancio, con la necesidad de recuperar las energías para poder volver a estar en plena actividad. Si no descansamos, sin duda, podemos llegar a colapsar y eso no es bueno para nadie.

Se la puede vencer cuando nos desperezamos, cuando vemos que ya es inevitable seguir por el mismo derrotero de inactividad y desidia y decidimos que hay que actuar. Esto es como el león, no confundir con la leona: puede mirar pasar y pasar gacelas por delante, que no corre; le da mucha pereza moverse “pa ná”, hasta que el estómago se hace cerebro y le obliga a moverse para capturar o para encontrar una mejor posición desde la que poder cobrar la presa. Pero de arranque su rostro es la mejor expresión de la pereza, aparte de la del otro mamífero con camisa sin mangas, tumbado en su propia sabana, con una mano en el mando y otra rascando los mejores motivos que tiene para seguir tumbado.

Sólo hubo una Pereza buena, la del grupo de rock madrileño de los primeros años de este siglo.

 

lamadriddiario@gmail.com

6 comentarios sobre “Pereza

  1. Querido Antonio, sabes que te aprecio, pero leer un artículo tuyo sobre la pereza, un domingo por la tarde, sentada en el sillón, … me da una pereza horrible, y terminar de leerlo un trabajo excesivo 😉
    Voto a favor de la pereza de un domingo después de comer 😀
    Rosario

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