De profesión: Político

Muchas veces me he preguntado por qué sucede que para cualquier tipo de desempeño se necesita una capacitación, unos estudios, una oposición que superar, mientras que para la carreta de político, ¿qué requerimientos hay? ¿Qué especiales habilidades, características o conocimientos debe disponer una persona para que se le pueda considerar como político en ejercicio?

Vaya por delante que no estoy criticando de modo negativo la figura del buen político. Todo lo contrario, creo que son necesarios y que la democracia es el mejor sistema de gobierno, preferible siempre a que alguien, pistola en mano, nos diga lo que tenemos que hacer, por muy sano y conveniente que sea su imperativo. La democracia es el mejor sistema de gobierno (no la dedocracia que a veces se practica después con conocidos, familiares o favorecidos por los favores prestados) y en democracia debe haber políticos que defiendan sus ideologías y que en base a estas votemos a unos o a otros.

Los políticos debe haberlos y los hay muy buenos, todo sea dicho de paso. Estoy convencido de que muchos de ellos tienen sanos deseos de mejorar las cosas, su entorno, su país, su ayuntamiento o una determinada gestión de lo público. Pero  ¿cuáles son los requerimientos para que un político triunfe hoy día? Quizá usted tenga la respuesta a esta pregunta, pero personalmente no sé cuáles son las razones por las que un político puede llegar a primera fila en su partido y más tarde en el cargo que desempeñe.

¿Son servidores públicos? Si el ser humano tiene un gen egoísta y, por tanto, lo es por naturaleza, ¿es creíble que la vocación política lo sea por el servicio público? Sinceramente, no lo creo y ellos tampoco. Hay otras razones, todas muy humanas y comprensibles: la ambición de poder, el convencimiento de que se es más capaz que otros para la gestión de lo público, el que quiere medrar (antes, durante o después), el reconocimiento social por el prestigio conseguido, las prebendas de sus cargos, el liderazgo, perdón, la jefatura de un determinado grupo político. Todos estos son motivos, insisto, más que razonables y, salvo el de medrar, todos son comprensibles y no criticables.

Un presidente de gobierno, uno autonómico o un alcalde ¿por qué lo son? ¿Qué meritos les han aupado al puesto en el que están? Más aún teniendo en cuenta que van a decidir sobre los destinos de miles o de millones de personas ¿no debieran de tener algún tipo de capacitación o de medición de sus habilidades y destrezas para desempeñar su cargo?

Realmente ¿quién decide a día de hoy si un político es tal? Los votos de unos ciudadanos más o menos concienciados, convencidos y conocedores, pero con una restricción importante: ese político no lo hemos elegido nosotros, nos lo ha “puesto” ahí su partido, su organización. Por tanto el elemento decisor es la organización que le ha aupado a ese puesto o en la que él se ha sabido destacar. Por tanto las habilidades que a día de hoy priman para conseguir esa pool position son, en diferentes proporciones: ambición de poder, carisma, oratoria, actitud estratégica, gestión de equipos de trabajo y saber desempeñar bien las maniobras orquestales en la oscuridad.

Todas esas habilidades son destacables y reconocibles, pero debiera haber algo más. El político debiera poderse acreditar, por quien correspondiera, para ser tal; debiera demostrar, además de las descritas, sus dotes de liderazgo, capacidad de gestión de los recursos públicos, economía pública, leyes y derecho público, conocimiento de un auténtico código deontológico del “servidor” público y un amplio compendio de la realidad social de la ciudadanía que pretenda gobernar.

Con estos mimbres, si quiere con una adecuada titulación o acreditación política, creo que el cuestionamiento actual de los políticos, reconocido por ellos mismos, podría solventarse con una mayor capacitación de todos, de los buenos y de los menos buenos.