La suerte de los guapos

Como conclusión a diferentes estudios nacionales e internacionales, se publicó semanas atrás una noticia que para los que no somos especialmente guapos, como quien esto escribe, no pasó desapercibida. La noticia rezaba así: las personas más atractivas logran mejores empleos y salarios. Para ello se toma como base un estudio reciente de la Universidad de Texas o la tiranía de la estética a la que alude la profesora de Stanford, Deborah Rhode.

Desde la Grecia clásica la belleza se define en base a la simetría del cuerpo y del rostro. Tenemos dos cerebros (izquierdo y derecho), dos manos, dos piernas, dos ojos… gran parte de la actividad de cuerpo y mente se basa en una dualidad que, para que sea hermosa, debe ser lo más simétrica posible. Si está alterada, arrugada o envejecida, a juicio de nuestros ojos deja de ser bella. De algún modo las personas juzgamos la valía o capacidad del otro en base a la imagen estética que éste nos transmite y, siendo un error grave de percepción del valor ajeno, no deja de ser cierto y es relevante tenerlo en cuenta en nuestras relaciones, más aún si son las laborales. En este mismo sentido habla un estudio que refleja que el 30% de los pacientes de cirugía estética en Cataluña esperaban conseguir mejores beneficios laborales con el cambio de imagen que iban a experimentar.

El deseo de gustar o agradar al otro es universal desde nuestra más tierna infancia cuando todos alaban lo guapos que estamos y es en lo primero que se fija gran parte de nuestro género humano. La razón parece estar en el hecho de que si somos bien parecidos somos menos peligrosos, somos más amigables a ojos de los demás y eso favorece nuestra relación con ellos. Pensemos que uno de los soportes esenciales como seres humanos que somos es el de saber detectar el peligro, por nuestra propia supervivencia. Ahora que está de moda el cuento de Blancanieves, podemos comprobar que una parte de la esencia de la historia es la “vieja” bruja que se trastoca en una inofensiva jovencita que invita a comer la manzana. Casi con toda seguridad todos habríamos entendido que Blancanieves hubiese desconfiado de la vieja bruja y no de la joven mujer, bella e inocente. Pero esto mismo sucede en otros sesudos estudios en EEUU que constatan que de los acusados en un juicio mediante jurado popular, independientemente del hecho criminal a juzgar, son considerados “más inocentes” los bien parecidos que los menos afortunados en su imagen personal.

La cuestión es que la fortuna suele sonreir y abrir la puerta a quienes muestran una buena apariencia y si nos referimos al ámbito laboral, toma gran importancia por lo que en estos tiempos cuesta conseguir un buen trabajo o un trabajo, sin más. Dicen que comemos con los ojos y también parece que emitimos juicios sobre la valía de los demás en base a su aspecto y apariencia, coincida o no con lo que realmente son.

Hace años en cuestionarios de validez para trabajar en una empresa se pedía una valoración sobre el siguiente aspecto: “La apariencia física y el cuidado en el vestir no es relevante en mi puesto de trabajo” y un porcentaje nada despreciable consideraba que, efectivamente, así era. No era relevante, y resulta ser que sí.

Nuestro grado de belleza no es modificable de modo natural, es obvio; pero nuestro mejor modo de presentarnos en el ámbito laboral, el cuidado de las formas, la apariencia hacia nuestros compañeros, parece que trasciende más allá de la simple estética y enlaza directamente con la sensación que transmitimos de implicación, profesionalidad o confianza según cada tipo de desempeño. Las apariencias, además de engañar, nos permiten trabajar; somos así.

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