Las dos Españas

las dos españas

“Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos España, ha de helarte el corazón”. Qué grande era Don Antonio Machado; qué bien supo ver las dos Españas que laten siempre en nuestro corazón. Quizá fue la mejor forma de comprobar nuestra naturaleza bipolar, nuestro extremismo y tremendismo.

Pero ahora la bipolaridad se extiende a tantos ámbitos que hace casi infinita nuestra dualidad.

Las Españas rojas. Una de ellas es “la roja” que triunfa y gana, que convence, que juega al primer toque, que enamora y que genera confianza en todos los mercados deportivos. La otra es a la que nos están sacando la tarjeta roja, cuando menos nos amagan con sacarla de vez en cuando; es la España económica que ni convence, ni sabe jugar al primer toque (da demasiados y demasiado mal), que ni enamora ni atrae capitales que quieran invertir en ella y que lo único que genera es desconfianza en los mercados económicos y financieros.

Están las Españas del trabajo. Una de ellas es la que disfruta de un puesto de trabajo en el que tiene que perder derechos que ya no se pueden costear con el dinero de todos, pues ya no queda en la caja común, y que está pobre de tiempo libre pues todo el que tiene, y más, debe dedicarlo a mantener la eficacia de la organización que le paga. La otra es la España sin trabajo, la que casi siente que no tiene derecho al mismo, que cada día está más pobre de solemnidad, que tiene todo el tiempo del mundo para desesperar por no encontrar lo que le permita mantener el mínimo vital de la familia que le quiere.

Las Españas del cinturón. Por un lado tenemos la España que funciona, que gracias a ella funciona, con empleados públicos que cada día cobran menos de lo que ganan, que se aferran a su sentido de la responsabilidad a pesar de tener que apretarse el cinturón. De otro lado tenemos a la España de los gürtels, la que funciona mal, roba, estafa, defrauda (a propios y foráneos), la España de los que especularon para ganar mucho más de lo que debieran cobrar, la España política, sindical y empresaria que abusó de su poder, influencia e imagen pública para ser lo más irresponsable que una imaginación perversa pueda llegar a crear.

La bipolaridad también llega al santa sanctorum de la justicia. Tenemos la España de “juez” de limón, de limón agrio en la parcialidad política y económica, de limón amargo de quienes han abusado de su poder basado en el sentido de lo justo y de la ley que les dan sus fueros. Y también, afortunadamente, la España de “juez” de naranja dulce de los que son capaces de juzgar a los que nos juzgan en beneficio de la ciega ley y la naranja vitaminada de los que nunca se favorecen de sus derechos y protegen los de los demás;   y todos, todos, a fin de cuentas con tónica (y túnica) juez.

Pero las más sutiles de las dos Españas son las del conocimiento. Tenemos una España compuesta de personas que saben discernir y cribar entre todo lo que nos pretende aturdir, frente a tanto mensaje atronador de ideas políticas, sociales, de falsa economía, de manifestación de pretendidos alardes. Ante todo ello esta España sabe cuál es su sitio, discrimina y sabe separar la paja del grano. Pero tenemos otra España (quizá a la que yo mismo pertenezca) que es la de la ignorancia, la de la palabra fácil y ardiente, la que se deja llevar por todo río que arrastre (con agua de lluvia o de lluvia ácida, da igual), la España que se deja engañar por las falsas ilusiones o desilusiones y que sólo espera que ese río la arrastre para ser lo que quiera el río.

Cuántas nacionalidades, cuántas Historias, cuántas Españas, cuando sólo debiéramos tener una. No necesariamente grande y libre; con que sintiéramos que es la nuestra y la aceptáramos ya tendríamos suficiente. Si no la reconocemos nosotros, ¿cómo la van a reconocer los demás, los que pretendemos que inviertan en ella?

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