Un mundo de oportunidades

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Desde que se inició esta crisis he estado escribiendo, hablando y tratando de convencer a muchos alumnos y empresarios de que estamos en un excelente tiempo de oportunidades. A unos cuantos les cuesta creerlo. El desaliento, el desánimo, el pesimismo y la falta de fuerzas y de convicción son los que impiden verlas.

Hay un hecho indudable. Si usted, trabajador, empresario, funcionario o estudiante, pretende seguir viendo la vida con los mismos ojos con los que la veía hace diez años; si persiste en que el modelo productivo, por el cual se gana la vida, sea el mismo que del que tradicionalmente había vivido; si piensa que el mercado, los clientes, los usuarios, la sociedad en su conjunto, debieran comportarse como siempre lo hicieron, entonces está claro que usted lo único que verá son problemas, limitaciones e impedimentos para poder seguir ganándose la vida. Tan sólo verá puertas que se cierran y ninguna que se abra; el mundo será hostil con usted y reclamará que las cosas vuelvan a ser “como antes, como siempre fueron” (en el mundo que usted conoció, pues siempre cambian). Ahora bien, si se convence de que cuando unas puertas se cierran otras se abren –y hay que encontrarlas–, de que todos sus recursos y capacidades puede dedicarlos a desempeñar trabajos o negocios que antes eran inimaginables, si se convence de que el agua pasada ya no mueve molino y de que hay que buscar nuevas fuentes, entonces sabrá encontrar esas oportunidades, esos caminos para nuevas realidades que antes no era capaz de atisbar. La física cuántica nos dice que la realidad depende del observador y que lo que vemos está en función del enfoque y del ángulo desde el que observemos esa realidad que, por otro lado, es única. Si nos olvidamos de lo que fuimos y pensamos más en todo lo que ahora podemos ser es posible que encontremos (aquí, en Ciudad Real o en Lima) nuevas posibilidades de desarrollar todo aquello para lo que más valemos.

Hay empresarios que ahora están abriéndose a nuevos mercados internacionales, mercados en los que antes ni siquiera se imaginaban que pudieran ser interesantes para sus productos o sus negocios. Hay otros que están invirtiendo, modificando sus estructuras productivas para fabricar lo que sus clientes y consumidores estén dispuestos a comprarles (que muchas veces es distinto de lo que tradicionalmente venían elaborando). Hay estudiantes que se están formando en habilidades o en profesiones que serán mucho más demandadas en un futuro inmediato que lo que lo fueron en el pasado. Empieza a haber estudiantes (me está sucediendo cada vez más) que al preguntarles qué quieren hacer en los próximos años, responden que quieren emprender un negocio, que quieren poner en marcha una idea de empresa que tienen en la cabeza. Hay profesionales que están reciclando sus conocimientos, adaptándolos a los nuevos tiempos, desaprendiendo lo que no vale e incorporando nuevas habilidades.

Hace unos días un chaval me preguntó si podría crear su propia empresa al ser menor de edad. Le di las recomendaciones oportunas y comprobé que a punto de cumplir los 17 años tenía varias páginas web por las que cobraba dinero en internet, por publicidad, y me manifestó tener dos ideas claras de negocio para establecer su empresa. Me emociona recordarlo, al sentir de nuevo la imagen de sus ojos penetrantes e inteligentes hablándome de lo que quería emprender. Esta es la actitud que debemos potenciar entre nuestros jóvenes –y no tan jóvenes–: conseguir resultados y plasmar nuestras capacidades en aquello que hoy la sociedad demanda y estimula. Quizá sea una cuestión de tener que abrir más los ojos para poder ver todo lo que tenemos por delante.

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