Nine to Five

Dolly Parton en 1980 compuso y puso la voz a esta canción que describía el horario de trabajo habitual en el mundo anglosajón.

Hace tiempo se ha hablado de la posibilidad del cambio de horario, de adelantar y concentrar la jornada laboral y de reubicarnos en el meridiano que por el diseño global del mismo nos corresponde. La verdad, me da igual volver a poner los relojes como estaban antes de 1942, en línea con Londres, en lugar de alinearnos con Berlín; creo que ese no debiera ser el verdadero debate. Ahora bien, si sirve para el objetivo, que yo creo debemos conseguir, bienvenido sea el “Marshall” del cambio horario.

Lo que verdaderamente debemos debatir y actuar en consecuencia, si es que alguna consecuencia se produce, es el cambio de nuestros estilos de vida. Nuestros estilos nos han llevado a perder cerca de una hora de cantidad (y por tanto calidad) de sueño con respecto a la media europea.

Cuando era un niño recuerdo que los telediarios empezaban a las 20:30 y a las 21:00 ya se oían los sones de “El hombre y la Tierra” o cantar a la Ruperta del “Un, dos, tres”. El prime time de las televisiones comenzaba poco más allá de las nueve de la noche; hoy las parrillas de las cadenas se activan a las 22:30, con telediarios muy largos y programas de entretenimiento hasta esa hora, casi bruja, que hace que muchos de nosotros cerremos el ojo hora y media más tarde de lo que se hacía hace tres o cuatro décadas. La televisión es una de las grandes causantes de esta tendencia imparable a dormir menos, peor y más tarde. Otras causas son nuestras costumbres de salir hasta las tantas, o los auténticos parones para comer que no son en absoluto necesarios,  o el fútbol a las diez de la noche, o las maratones laborales, trabajando hasta las tantas… O será hasta los tontos, pues soy uno de ellos…

Cuando hoy hablamos de mediodía a las 12:00 es cuando la sociedad de hace poco más de setenta años, se disponía a comer; 12:30, 13:00, como muy tarde. Hoy comemos  a las 14:30 ó 15:00 horas, nos tomamos nuestras dos horas para comer, y muchos, luego, continuamos con la faena. Es una faena porque muchos estudios, que ahora se están publicando, constatan que nuestra productividad no sólo no es mayor con jornadas partidas y eternas, sino que es menor que en otros países con el “nine to five” por bandera.

No pretendo que una ley nos diga como tenemos que comportarnos en privado. Pero no estaría mal que unas directrices indicaran, a los que sí tienen libre albedrío para decidir, cuáles debieran ser los límites de horarios en las televisiones, en espectáculos deportivos y, por qué no, en las jornadas laborales. Que indicara las más recomendables para que ninguno tengamos la sensación de que si no estamos a disposición de nuestros clientes hasta las tantas es que no estamos lo suficientemente dispuestos a satisfacer sus necesidades, y con miedo a que otro más “entregado” esté en el momento en que se debe estar ahí.

Creo que todo esto se resume con un guión, comúnmente aceptado, de que algo debemos cambiar en nuestra nocturnidad para que no sigamos siendo tan alevosos con nosotros mismos. ¿Tan difícil es que alguien nos convenza, nos sugiera y nos invite a trabajar con un pequeño descanso de media hora, cenando a una hora temprana y disfrutando de un buen programa de televisión que no acabe a las tantas? ¿Hay que cambiar la hora para eso? No lo sé, lo que sí que sé es que hay que cambiar, la salud y la economía nos lo agradecerán.

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