Obsesión por lo prohibido

obsesión prohibido

El fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal es el ejemplo de los márgenes que los seres humanos, de toda condición y naturaleza, no debemos superar. Se nos debe educar en que existen determinados comportamientos que si rebasamos estaremos incumpliendo las leyes del compromiso, de la libertad o los derechos de otros. Las leyes de nuestra limitada naturaleza imperfecta nos someten para poder vivir en sociedad, en pareja o en familia. Pero como todo anverso tiene su reverso, esa limitación, esos márgenes potencian el campo de lo prohibido, del botón rojo, del placer oculto detrás de lo que sabemos que no debemos hacer. En definitiva, lo que es bueno o lo que creemos que es mejor que lo que tenemos, o es pecado o engorda.

Ahora bien, cuando lo prohibido o la limitación es compartida, parece que somos capaces de someternos con mayor docilidad; si Adán y Eva hubieran sido una tribu seguramente la manzana no nos hubiera excluido de un paraíso como el de comer y no engordar o el de transgredir y luego no padecer consecuencia alguna.

Eso nos parece decir el reciente estudio “Cognitive, affective and behavioral neuroscience”, según el cual resulta más fácil prescindir de ciertos alimentos cuando se sigue una dieta si la restricción se comparte con otras personas. El estudio, de reciente publicación, revela que cuando nos prohíben alguna cosa, nuestra atención se concentra precisamente en ese objeto prohibido. Todos nuestros sentidos se concentran en lo deseado y no permitido y, dependiendo de las naturalezas, se puede llegar a convertir en una verdadera obsesión por lo prohibido.

Grace Truong, de la Universidad de la Columbia Británica y autora principal de la investigación, manifiesta: «Nuestras conclusiones muestran que cuando nos prohíben objetos cotidianos, la mente y el cerebro prestan más atención a ellos. Nuestro cerebro atribuye a los objetos prohibidos el mismo nivel de atención que a las posesiones personales.»

Pero lo más curioso de todo, según estos investigadores, es que la obsesión no resulta tan fuerte si el objeto o elemento se niega también a otras personas. Es decir, si “la manzana” se prohíbe a un grupo de personas, y no de forma individual, la atracción personal por este producto decae. Este comportamiento parece estar en la base de por qué las dietas de adelgazamiento en grupo resultan ser más exitosas que si se sigue un régimen en solitario. Acordémonos de todo el problema, el caos nacional que imaginábamos al prohibir fumar en los lugares públicos y en los lugares de trabajo. Quedó en poco más que unas cuantas toneladas de tinta y millones de píxeles en las pantallas; es prohibido para todos y por eso todos hemos asumido esa condición con normalidad. El día que nadie rebase los límites de velocidad, o no se aparque en la Gran Vía impunemente; el día que no exista la economía sumergida, el día en que todos seamos conscientes de que nadie defrauda; el día en que nadie robe a nadie, ese día ni habrá excesos de velocidad, ni defraudadores, ni ladrones. ¿Puede que de aquí venga el “mal de muchos consuelo de tontos”? No, quizá no.

Estos investigadores también han aplicado técnicas de neuroimagen y pruebas de memoria en las que se mostraban imágenes de objetos cotidianos etiquetados como: «mío», «de otra persona», «prohibido para mí» o «prohibido para todos». Se descubrió que los participantes recordaban los objetos prohibidos tan bien como los clasificados como propios. Todd Handy, coautor del estudio manifiesta: “Estos resultados ayudan a explicar cómo el cerebro humano procesa los objetos prohibidos en donde para resistir a la tentación, la unión hace la fuerza. Es más duro actuar en solitario”. ¿Habrá un día en que, junto a los alcohólicos, coexistirán grupos de defraudadores, embaucadores, infractores o timadores anónimos?

 

 

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