Somos (simios) diferentes

hombre-mujer

La maravilla de los seres humanos no sólo está en nuestra capacidad cognitiva o de adaptación al medio pues, además de las diferencias sexuales entre hombre y mujer, cada vez sabemos o constatamos que también lo son nuestros cerebros. La verdad es que si sólo nos diferenciara lo que definimos como tal, el sexo, sería bastante difícil la gestión conjunta de la vida familiar y social que como pareja desempeñamos; la complementariedad sería pobre, limitada y, si me lo permite, muy, muy aburrida.

De acuerdo con un reciente estudio llevado a cabo en la Universidad de Pennsylvania nos dicen, lo que ya intuíamos, que los hombres contamos con más habilidades motoras y de percepción espacial y las mujeres son más potentes en el conocimiento social y en la memoria. Los neurocientíficos, Madura Ingalhalikar y sus colegas, han descubierto que la conectividad entre las distintas partes del cerebro es diferente en hombres y en mujeres; en los primeros prevalecen las conexiones interiores dentro de cada lado del cerebro, mientras que en las mujeres predominan las conexiones entre ambos lados del cerebro. Esto permite afirmar que el cerebro masculino está más capacitado para conectar percepción y acción coordinada y el femenino favorece procesar la información, de modo conjunto, entre lo analítico (racional) y lo intuitivo (emocional).

Todo ello hace que los hombres seamos más impulsivos, audaces, rápidos, previsibles, centrados en un solo foco y cargados de emocionalidad o de racionalidad según las circunstancias. Las mujeres pueden ser capaces de acciones multitarea o multienfoque, muy eficientes en la comunicación y capaces de ver la realidad de una forma mucho más poliédrica y completa.

La perplejidad me inunda cuando pienso en todos los principios que han sustentado nuestra sociedad, hasta tiempos bien recientes, de predominio del macho sobre la hembra, en un mundo de machos, evidentemente. Pienso en lo inmensamente grande que es la ignorancia, vivida durante demasiados siglos, que ha permitido discriminar a las mujeres en base a su menor fuerza física, agresividad o impulso competitivo; mujeres rotas por la culpa de no tener hijos o relegadas en el escalafón familiar por ser la cruz de una misma moneda (ahí tenemos, aún, la sucesión monárquica en nuestra Constitución; increíble). Qué barbarie tan grande la cometida, siempre, con los que eran diferentes de los que ostentaban el poder (mujeres, razas, esclavos, personas con minusvalías, etc.) Seguro que usted, conmigo, estará feliz de poder vivir una época en la que estas ignorancias y barbarismos han pasado (están pasando) a mejor vida; poder reconocer hoy que hombres y mujeres somos simios igualmente diferentes, complementarios, enriquecedores los unos de las otras y viceversa y felices de comprobar que todo lo que nos diferencia es lo que más nos une. Desprecio profundamente a todos los que aún se jactan en público o en privado de ser superiores, y rechazo también la visión simplista de la igualdad en toda índole, cuando las diferencias en el modo de ordenar nuestros pensamientos son tan palpables y científicamente reconocibles. Hay demasiadas voces a las que un mundo plano, en el que nadie pueda destacar y donde siquiera se puedan reconocer los méritos de unos o de otras, sería el mejor de los mundos posibles. Me encanta la feminidad inteligente y fuerte de las mujeres y también valoro el comportamiento masculino aderezado de una mayor sensibilidad y apertura hacia lo que nos diferencia.

Esta complejidad de comportamientos nos enriquece y, afortunadamente, permite que con dos sexos el mundo sepa caminar; imaginémonos que en lugar de las dos dimensiones humanas hubiera cinco, seis o veintiocho, cada una con sus diferencias, matices y colores. El mundo sería mucho más rico, sin duda, pero mucho más difícil de gestionar.

 

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